ANA ESTÁ EN MI CASA (CUARTA PARTE)

Amaneció lloviendo. Manuel observaba las gotas en el cristal de la ventanilla del coche patrulla que lo trasladaba al Juzgado. Sólo pensaba en Ana y en Juan. Podría verlos o al menos eso esperaba. Tenía que arrodillarse y suplicarle perdón a su mujer, aunque no fuera suficiente. Nada era ya suficiente. Quería abrazar a Ana, abrazar a su pequeño, y volver a casa, unidos, algo que estaba muy lejos de poder ser realidad.

El edificio del Juzgado era antiguo y frío. Fue sentado en un banco, custodiado por la Policía Nacional y unos minutos después apareció su Abogada, que le saludó cordialmente y se sentó a su lado, expediente en mano.
Se abrió la puerta de una oficina y fueron invitados a entrar por un menudo hombre, que les condujo hasta un Despacho interior, donde esperaba sentado el Juez, un hombre joven, con cara de haber pasado una mala noche y de no estar teniendo un buen día. No obstante, dejó a un lado sus historias personales y atendió al detenido y le interrogó hasta exprimir toda la verdad de Manuel. La de Ana ya la tenía. Un expediente cargado de unas realidades que Manuel hubiera querido borrar de un solo plumazo…

Manuel salió tras prestar declaración durante dos horas, cabizbajo y destrozado. Había sido imputado por la presunta comisión de delito y había sido puesto en libertad.. No podía acercarse ni a Ana ni a Juan. Tras hablar largamente con su Abogada, tomando un café, quedaron emplazados para mantener una entrevista formal e ir preparando su defensa. Ardua tarea.
Se quedó solo en la Calle. Dejó atrás el Juzgado y el bar cercano donde tomaran el café, y se dirigió hacia su casa. Su casa. Esperaba encontrar a Ana y a Juan, y poder hablar con ella y abrazar a su hijo. Pero no. Había olvidado que no podía acercarse a ellos. Sin más, se dirigió hacia la casa de su amigo y socio, buscando apoyo moral.

Ana salió del Hospital acompañada por Juan y por María, su única amiga, pues quería dejar a un lado a su familia. No quería que supieran nada de lo ocurrido, por temor a la reacción de su único hermano. Fueron a casa de Ana y recogiendo en un macuto alguna ropa de ella y lo más imprescindible de Juan, marcharon con María, que vivía en su pequeño apartamento, a algunas manzanas de allí. Estarían con ella hasta que las aguas se tranquilizaran y hasta que el obligado papeleo judicial siguiera su curso.
María estaba dispuesta a proteger a su amiga y su hijo, motivo por el que estaba dispuesta a enfrentarse a Manuel, si a éste se le ocurría aparecer por allí.

Manuel no atendió los consejos de su amigo que le rogaba que no se acercara a Ana. Habían denuncias cruzadas tanto de Ana como de Manuel, informes médicos de ambos y expedientes judiciales abiertos que ataban y condicionaban a sus protagonistas, y que se dilucidarían en lamentables y lentos Juicios, que tendrían lugar, tras su fase de instrucción, cuando hubiera una fecha libre. Sin saber cuándo.
Sin pensarlo, se dirigió a su casa y comprobó que estaba vacía. Entró, se duchó, se cambió de ropa, comió algo frío de la nevera, buscó el cargador de su móvil y salió, cerrando la puerta con llave.
Conociendo a Ana, debía estar con María.

5/5 - (2 votos)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *