ANA ESTÁ EN MI CASA (PARTE TERCERA)

Ana sintió escalofríos y un inexplicable sentimiento de culpa y vergüenza cuando tuvo que responder a las preguntas de aquel joven médico que la interrogaba mientras examinaba su maltrecho cuerpo. El inexperto facultativo había iniciado el correspondiente protocolo hospitalario previsto para casos similares (era su primera vez), a pesar de que cada vez era más frecuente atender atemorizadas víctimas de malos tratos.

Además de las lesiones físicas que Ana presentaba, en el informe médico pertinente, se hicieron constar, las manifestaciones de Ana respecto a lo ocurrido, y no con demasiada precisión, como desgraciadamente era habitual.
Las lesiones físicas eran evidentes. Sin embargo, la brutal agresión sexual sufrida, en la que Ana se negó hasta caer rendida y desistir, no resultaba del todo evidente a niveles clínicos, motivo por el que el informe médico de urgencias, como siempre, no resultaba concluyente.

Mientras tanto, Juan se había dormido en una camilla de la consulta colindante, abrazado a un pequeño peluche roto y descosido. Su cara estaba llena de churretes, mezcla de llanto y mocos sin sonar, agotado por el trasiego de aquella noche, que marcaría un amargo inicio para Ana, Manuel…y sobre todo para Juan, hasta ahora olvidado.
Sus pies estaban desnudos, sus manitas temblaban y su rostro se mantenía compungido, aún en sueños, y nadie se había percatado de que Juan también precisaba de una inmediata atención, que de momento nadie le estaba ofreciendo.

Manuel estaba dormido en la cama, desnudo, tras haber caído rendido, maldiciendo lo ocurrido, y agotado por el exceso de alcohol, cuando la pareja de la policía nacional llegó a la puerta de la vivienda. Una vieja vecina cotilla, que había escuchado los gritos de Ana y había guardado silencio, sin querer mezclarse en asuntos propios de parejas jóvenes, asomó groseramente la cabeza tras la puerta entreabierta y la volvió a cerrar, tras recibir la mirada recriminatoria de aquel uniforme armado.

Desde la puerta del inmueble, los policías veían el dormitorio y la figura de un hombre aparentemente inerte, motivo por el que, tras nombrar a Manuel en varias ocasiones y como quiera que la puerta de la vivienda estaba abierta, optaron por entrar y verificar el estado del cuerpo tendido sobre la cama.
Manuel despertó sobresaltado y los policías, tras verificar su identidad y permitir que entrara en el aseo, se vistiera y cogiera su documentación, móvil y llaves, procedieron a informarle de los motivos de su detención, leerle sus derechos y esposarle. Estaba detenido.
Manuel recibió asistencia médica, de urgencias, en su centro de salud. Su cuerpo estaba lleno de golpes, magulladuras, bocados, arañazos…algunos bien profundos, en cara, cuello, brazos, torso…sus piernas estaban amoratadas y su zona genital completamente irritada y lacerada.

Eran las dos del mediodía y Manuel estaba ya en la Comisaria de Policía. Estaba sentado en un pequeño banco en el calabozo, hasta que fue informado de que su Abogado de guardia había llegado. Había intentado conectar con el Letrado que le llevaba sus asuntos fiscales, que era de su entera confianza, pero se encontraba fuera de la Ciudad, motivo por el que optó no designar a otro de momento, hasta ver la gravedad que revestía el asunto.
En este momento de desesperación, sólo pensó en cómo se encontraría Ana, en lo que había hecho, en cuánto daría por retroceder en el tiempo, al momento en que abrió la puerta de casa, al momento en el que estaba en el bar, bebiendo sin parar, al momento en el que salió de la oficina y debió acudir a casa, para estar con ella y con su hijo, cenando y viendo cualquier serie de televisión…Ya era demasiado tarde. Los hechos tienen sus consecuencia y son irreversibles…

En una sala, esperaba a Manuel una Abogada. Lo primero que pensó fue «mujer», algo típico en una mentalidad machista. Debía tener unos 50 años, portaba un maletín algo destartalado, lleno de carpetas y libros pequeños, y se dirigió a él con una pasmosa soltura y seguridad.
Tras informarle con meridiana claridad sobre los hechos que se le imputaban y asesorarle sobre la gravedad del asunto, la situación legal en la que se encontraba y lo que podía ocurrir a partir de aquel momento, Manuel optó por no declarar en Comisaría y hacerlo ante el Juez. También y no muy decidido, denunció a Ana, acompañando su propio parte de lesiones. Aquello había escapado de su control. La verdad es que el control se quedó en aquel bar, aquella fatídica tarde.

Pasó la noche en el calabozo de las dependencias policiales y fue informado de que pasaría a disposición judicial a primera hora de la mañana siguiente. Había decidido contratar los servicios de la Letrada que le había asistido en funciones de guardia, pues había visto en ella algo de le había calado hondo y que le hacía confiar en su absoluta profesionalidad. Estaría con él al día siguiente.

Durante la noche en vela, sentado, con la espalda apoyada en la pared, sólo pudo pensar en Ana. En lo que la amaba. En el daño irreparable que le había causado, en que nada volvería a ser como antes, en que nunca debió descuidarla, en qué pensaría ahora ella de él. Era despreciable y no merecía perdón.

Mientras, Ana estaba acostada en una cama de hospital. Habían permitido que Juan permaneciera con ella, y seguía dormido a sus pies. Sentía un profundo dolor. Los cuidados médicos habían aliviado las heridas físicas pero el dolor continuaba siendo inmenso. Le dolía el alma, el corazón, le dolía Manuel, lo odiaba, lo amaba, lo detestaba, lo defendía, lo culpaba de todo, deseaba poder abrazarlo y reconciliarse con él, deseaba que pagara todo el daño que le había hecho y soñaba en que todo volviera a ser como antes…

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