ANA ESTÁ EN MI CASA (SEGUNDA PARTE)

Tras unos violentos minutos que se hicieron eternos, todo se quedó en silencio.
Ana estaba desnuda, tirada de cualquier forma sobre la cama, temblando de pánico, con un rabioso Manuel sobre su cuerpo, también desnudo, y una pequeña navaja hundida bajo la piel de su cuello, que dejaba escapar cálidas gotas de sangre que se deslizaban sobre la sudosa piel de ella…

Había gritado ¡NO! y se había retorcido bajo él hasta quedar sin fuerza, pero Manuel, enloquecido por los gritos, golpes y arañazos de Ana, había perdido el control, y sólo atinaba a decir, con un apestoso aliento a alcohol, sobre el oído de su mujer «ya te he dado lo único que quieres, ahora déjame de una vez en paz».

Sólo las paredes de aquel dormitorio, habían sido testigos de excepción de aquella violenta y brutal escena, pero por desgracia para sus padres, allí estaba Juan.
El pequeño estaba apoyado en la puerta, sin moverse, en silencio, observando, sin llegar a entender la escena dantesca que había presenciado entre sus padres…tan solo lloraba aterrado. Un llanto estremecedor que provocó que Manuel reaccionara, tirara al suelo la pequeña y húmeda navaja que hundía en el cuello de Ana y la abrazara desconsoladamente, como si con aquel abrazo desesperado se pudiera borrar lo ocurrido.
Las bofetadas y arañazos de Ana, que habían seguido a sus gritos a Manuel, no merecían el despreciable pago que había recibido.

Ana se sentía sucia. Se levantó dolorida de la cama, se puso el rasgado camisón para cubrir su amoratado y sufrido cuerpo desnudo y corrió hacia Juan, lo cogió en brazos apretándolo hasta dejarlo sin respiración, abrazándolo desconsoladamente y salió de la casa, dejando la puerta abierta de par en par.

Manuel rompió en llantos. Amaba a Ana con toda su alma, pero sus lágrimas ya no podían rehacer sus despedazadas vidas. Era demasiado tarde. Un momento, un sólo momento de furia incontrolada, había destrozado tres vidas, de un solo golpe, sin remedio…

Aún no había amanecido. Ana iba descalza por la calle, con Juan en brazos, la mirada perdida, sin rumbo. Un reguero de sangre marcaba el asfalto, cuando un taxi se detuvo y la llevó al Hospital. ¡Dios! Cómo explicar lo ocurrido. Un fuerte sentimiento de culpa y vergüenza la invadió y pensó en Manuel. Inexplicablemente sin odio. Sintió amor…

5/5 - (2 votos)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *